La posibilidad de que las mujeres pueden tener o no hijos, no está
exenta de presiones sociales y falsos
mitos que rodean a estas opciones y por supuesto, de una serie de costos.
A las que renuncian a la maternidad, como resultado de una opción
personal, se encuentran la fuerte presión social, y el tener que estar siempre
justificando a través de multitud de argumentos, porque han asumido esa
posición. Uno de los prejuicios a los que más se recurre es el fantasma de la
infertilidad, el cual se asocia con minusvalía e inferioridad en comparación
con las que si son madres, ya que no se entiende que haya mujeres que por
decisión y no por imposibilidad, hayan optado por darle prioridad en sus vidas
a otras facetas distintas de la maternidad.
Estas presiones para ser madres, las encontramos en expresiones
cotidianas de la vida social, que por lo común dicen que una mujer que no
quiere tener hijos es una mujer incompleta, egoísta e inmadura, que se
arrepentirá el día de mañana, que se está perdiendo el amor más grande de su
vida y que se va a quedar sola.
Pero estas presiones, vienen
no sólo de las opiniones de la gente corriente, sino de opiniones de
profesionales y expertos, como afirmaba Judith C. Daniluk, que aludía a las coacciones
que tradicionalmente recaían sobre mujeres sin hijos, cuando asistían a las
consultas de servicios de atención médica, en la que recomendaban el embarazo y
el amamantamiento como curas para una multitud de malestares, aunque la presión
para lactancia materna actualmente también crea sentimientos de culpa a las
mujeres, que no pueden dar el pecho o no desean darlo por multitud de razones.
Desde la psicología y la psiquiatría, también se ha reforzado esta
visión negativa de las mujeres que desean permanecer sin descendencia, basada
en una serie de creencias acerca de la inadecuación psicológica, como la falta
de habilidad para comprometerse en relaciones cercanas íntimas. La Iglesia a su
vez, ha presionado en gran medida a las mujeres, en la formación y
perpetuamiento del binomio mujer-maternidad.
Las razones por las que la sociedad presiona para que se quiten de
la cabeza no tener descendencia son variadas, pero van encaminadas en un solo
sentido. “Hacerles sentir que es algo
antinatural”. Se da por hecho que el instinto maternal es algo natural e
instintivo que les sucede a todas las
mujeres y cuando les falta, se aprecia como una desviación. Pero no es así. No
está probado biológicamente que exista ese instinto maternal.
Los científicos aseguran
que no existen causas fisiológicas demostrables, y que este deseo no es algo innato que les obliga a querer ser
madres, sino más bien, viene condicionado por la sociedad, la cultura, el
desarrollo personal y la estabilidad laboral .
Según la socióloga
británica Caterine Hakim “el instinto maternal es un mito para perpetuar
cierta obligación moral de las mujeres para que tengan hijos”.
La presión que sufren desde distintos ámbitos,
lleva a algunas mujeres a convertirse en madres por convencionalismo .
Reflexionar sobre la maternidad no es nada fácil. La socióloga Josune Aguinaga, afirma que la maternidad puede ser muy
deseada, y aquí entrarían las mujeres que acuden a técnicas de fecundidad
asistida, la no deseada, cuando fallan los métodos de anticoncepción y la
maternidades deseadas -y aquí se encuadrarían la mayoría, pero deseadas con
compatibilidad de desarrollo personal, que se dan en parejas y plantean una
cierta conflictividad entre la vida personal y laboral.
En el caso de las mujeres que deciden ser madres, pesa sobre ella el
ideal moralizante de la “buena madre”, abnegada y perfecta, que antepone todo
al bebé, que ha provocado y sigue provocando problemas de naturaleza
psicoafectiva, psicosocial y laboral. La lucha de las madres por ser madres perfectas cumpliendo lo que
la sociedad y su entorno más inmediato espera de ellas, sigue generando efectos
negativos sobre sus emociones y su salud, ya que provoca frustraciones por
ambos lados por no ser una buena madre y por una mujer realizada. Esta
situación se demuestra en los intentos por intentar conciliar vida personal y
familiar, ya que faltan servicios públicos, como guarderías, concienciación en
las empresas sobre este tema y una verdadera corresponsabilidad de los miembros
de la familia en los cuidados y tareas del hogar.
También conviene resaltar que las políticas de conciliación en las
empresas deberían ir dirigidas igualmente hacia hombres y mujeres, ya que no es
un problema particular de las féminas, sino de toda la sociedad, y hay que
desechar el falso mito de que las medidas de conciliación son un gasto para la empresa, ya
que al contrario de lo que se piensa, generan ingresos para la empresa. Lo que
ocasiona costes es precisamente la “no conciliación”.
De esta forma, en la sociedad
patriarcal "La ideología de la buena madre confina a la mujer en casa,
convierte la maternidad en una profesión a tiempo completo", critica la
filósofa Elisabeth Badinter.
Por último-como afirma Yanina Ávila- para intentar comprender la
figura y función de la maternidad (la madre amorosa y solícita con el niño),
hay que ubicarla como un producto histórico inventado, a partir del siglo XIX.
Dicho modelo ha servido, entre otras cosas para legitimar el orden de la
heterosexualidad obligatoria y el de una supuesta división natural del trabajo,
que asigna a los varones el espacio privilegiado del mundo público ciudadano y
a las mujeres el de lo privado o lo doméstico, o en su defecto, quedar a cargo
de la responsabilidad “natural” de las labores maternas o domésticas.
La maternidad no puede ser un
mandato social, sino una opción personal que puede resultar una experiencia muy
gratificante cuando es el resultado de una elección libre.
-Mujeres frente
a los espejos de la maternidad: las que elijen no ser madres. Yanina Ávila
González.
- “La mujer y la madre”. Elisabeth Badinter