La
medicina popular en el Medievo, estaba en manos de las mujeres que a partir
del siglo XIII se les empezó a llamar brujas o curanderas. Eran mujeres
independientes, hecho por lo general inaceptable para una sociedad en que las mujeres
debían de tener un marido y depender de éste. Pero además eran herederas culturales espirituales de las civilizaciones
precristianas y las sacerdotisas
de la diosa madre, ya que la bruja representaba al tercer aspecto
de la Diosa, la Anciana Sabia, venerada hasta entonces por sus servicios a la
comunidad.
Las
brujas sanadoras, en las culturas comunitarias campesinas, estaban a cargo de
la salud, ya que prestaban asistencia médica a la gente del pueblo, que vivían
pobremente y no disponían ni de hospitales ni de médicos. La propia iglesia contribuía
muy poco a mitigar los sufrimientos del campesinado.
Durante
siglos las mujeres fueron médicas sin título; excluidas de los libros y la
ciencia oficial, aprendían unas de otras y se transmitían sus experiencias
entre vecinas o de madre a hija. Fueron las primeras farmacólogas,
que ponían en práctica conocimientos heredados sobre plantas medicinales o
ungüentos caseros, siendo a su vez las primeras médicas y anatomistas de la historia
occidental. Las brujas disponían de analgésicos, digestivos y tranquilizantes.
Ejercían también de parteras, de casa en casa,
practicaban abortos y poseían conocimientos sobre anticoncepción y reproducción. Empleaban la belladona – todavía utilizada
como antiespasmódico en la actualidad – para inhibir las contracciones uterinas
cuando existía riesgo de que se produjera un aborto espontáneo. Su
conocimiento era empírico, a pesar de que históricamente a
las brujas se las ha estigmatizado y desprestigiado, asociando que sus conocimientos
y su prácticas, se debían al poder que le otorgaba el demonio.
La medicina estaba supervisada
por la iglesia y los médicos tenían pocos conocimientos de los que hoy podíamos
llamar científicos. Antiguamente, los médicos no tocaban el cuerpo del enfermo,
siendo más bien éstos quienes se aferraban a doctrinas no contrastadas con
la práctica y a métodos rituales. Para sanar a un enfermo era poco lo
que podían hacer salvo recitar fórmulas mágicas, recetar purgantes, sángralos y
la aplicación de sanguijuelas.
Sin embargo las brujas estaban en constante contacto con el cuerpo
del paciente. Creían en la experimentación, y en la relación causa y efecto y
su actitud era activamente indagadora. Confiaban en sus propias capacidades
para encontrar nuevas formas de actuar para paliar las enfermedades. Paracelso,
considerado el “padre de la medicina moderna”, afirmó en el siglo XVI que todo
lo que sabía lo había aprendido de las brujas.
La cognición empírica que dominaban y transmitían de abuelas a madres,
y de ellas a hijas, fue considerada sospechosa y amenazante, porque atentaba
contra los poderes políticos, religiosos y científicos nacientes.
Al ir acumulando un conocimiento importante
sobre la reproducción y prácticas abortivas, se vio como una amenaza para una
sociedad androcéntrica, donde ésto se vio como la posibilidad de ejercer una
sexualidad más libre, poniendo en riesgo la hegemonía masculina.
La caza de
brujas, que se produjo entre los siglos XIV y XVII, y adoptó diversas formas
según el tiempo y lugar donde se produjo, pero sin duda fue una campaña
terrorífica contra las mujeres, donde más de un millón fueron quemadas en la
hoguera. No fue ni una orgía de
linchamientos colectivos, ni un suicidio colectivo de mujeres histéricas, sino
que fueron campañas organizadas, financiadas y ejecutadas por el Estado y la
Iglesia.
En
la persecución de las brujas, confluyeron la misoginia, el antiempirismo y la sexofobia
de la Iglesia. Los inquisidores, en su visión patriarcal, no podían aceptar que las mujeres
tuvieran sabiduría o poder. La Iglesia concebía la persecución de las sanadoras
campesinas como un combate contra la magia y no contra la medicina. La rendición ante los
sentidos se veía como una amenaza para la fe por parte de la Iglesia.
La bruja
encarnaba, por tanto, una triple amenaza para la Iglesia: era mujer y no se avergonzaba de serlo; aparentemente formaba parte de
un movimiento clandestino organizado de mujeres campesinas; y finalmente era
una sanadora cuya
práctica estaba basada en estudios empíricos.
Muchas de las mujeres acusadas
de brujería fueron comadronas. El aporte de la mujer a la ginecología , a la
obstetricia y pediatría fue casi
exclusivo hasta el siglo XIX. Como afirma Joyce Lussu:” El poder acumulado en
este campo y otros, era peligroso para el Estado (..) y la caza de brujas
significó un punto del paso de una estructura social en la que la mujer tenía
un papel importante, a otra sociedad”.
Como conclusión, Ehrenreich y English en su libro "Brujas, parteras y enfermeras" afirman: La exclusión de las mujeres de las tareas de sanación no tiene ninguna
justificación históricamente coherente. Las brujas fueron acusadas de
pragmáticas, empíricas e inmorales. Pero en el siglo XIX se invirtió la
retórica: las mujeres pasaron a ser demasiado acientíficas, delicadas y sentimentales.
Los estereotípicos
han ido variando según las convenciones
masculinas; pero nosotras
no hemos cambiado y ningún aspecto de
nuestra “naturaleza femenina innata”
justifica nuestra presente subordinación.
La medicina forma parte de nuestra herencia de
mujeres, pertenece a nuestra historia, es nuestro legado ancestral.
Fuentes consultadas
-Brujas, parteras y enfermeras. Una
historia de sanadoras femeninas. Barbara Ehrenreich
y Deirdre
English
-El retorno de las brujas.
Incorporación y contribuciones de las mujeres a la ciencia. Norma Blázquez.